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Muévete Slow


El movimiento Slow, más conocido como Slow Life, es una corriente o filosofía de vida que me interesa mucho últimamente.

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Vivimos a contrarreloj. Desde que suena nuestro despertador por las mañanas empieza nuestra "carrera" diaria: una ducha rápida, un desayuno frugal, el atasco de turno, la jornada laboral. Luego comer algo rápido y casi de cualquier manera, otra carrera para recoger a tiempo a los niños en el colegio, y todo ello mientras actualizamos nuestro perfil de Facebook, subimos un par de fotos a Instagram y comentamos las últimas noticias en Twitter.

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La multitarea se ha apropiado de nuestras vidas: somos capaces de hablar por teléfono, conducir o comer mientras consultamos nuestro correo electrónico. Nos vamos de vacaciones e intentamos que nos cundan como si no hubiera un mañana. Queremos hacerlo todo en los días de descanso, dormir un poco más, ir a la playa, hacer deporte, conocer sitios diferentes, leer todos esos libros atrasados, aprender algo nuevo, aprovechar para tener un poco de vida social...

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La filosofía Slow aboga por reducir el ritmo a veces frenético de nuestras vidas. Dejar de mirar el reloj y disfrutar de lo que se hace en cada momento son algunas de sus máximas. Lo que nació en Italia como un movimiento que abogaba por la buena alimentación, por el placer de la comida pausada y la buena conversación (Slow Food) se ha extendido a múltiples aspectos de la sociedad, desde el sexo hasta la moda o la educación.

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El movimiento Slow tiene mucho que ver con respetar el medioambiente, la defensa de los productores locales, la producción artesanal, y el consumo responsable y sostenible. El Planeta necesita que levantemos el pie del acelerador.

La organización CittáSlow (que actualmente cuenta en su red con seis ciudades españolas, entre las que se encuentran, entre otras, Lekeitio y Mungia) agrupa a municipios con menos de 50.000 habitantes que se caracterizan por un modelo de gestión que defiende el cultivo de productos típicos de la zona, los platos tradicionales, la defensa del medio ambiente y el turismo a pequeña escala.


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Ciudades Slow


Existen también centros educativos (como Xixu Pika en Bilbao, el colegio Andolina en Gijón, o los llamados Centros Waldorf) que han adaptado la filosofía slow. Es una locura imponer a los pequeños el frenético ritmo de vida de sus padres, a veces tienen un programa diario de actividades (lectivas y extraescolares) que no aguantaría un adulto.

 

Algunos presentan una sobrestimulación, y se espera de ellos que maduren antes de tiempo. Los niños necesitan tranquilidad, contacto con la naturaleza, dar paseos, aprender a tomar decisiones por ellos mismos, estar con sus padres...

Ingrediente básico del Slow parenting: menos actividades extra escolares y más corretear por el parque. Tampoco hay que tener miedo a que los niños se aburran, no olvidemos que a veces es la mejor manera de que inventen sus propios juegos.

Lo ideal sería poder enseñar a nuestros hijos algo que nosotros mismos practiquemos y, en la medida de lo posible, trabajar menos horas para poder atenderles mejor, aunque eso signifique una menor disponibilidad económica. No olvidemos que para los niños el amor se llama tiempo.

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Por supuesto, esto es un ideal y no siempre se puede conseguir. La televisión, las nuevas tecnologías y los últimos gadgets tecnológicos también juegan en contra de la filosofía Slow, y a ver quien es el valiente que prescinde de todas ellas de un golpe. Es complicado.

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En mi caso, me he propuesto tratar de aplicar alguna de las máximas de esta interesante filosofía. No se si lo conseguiré, pero espero a partir de ahora vivir mi vida en una clave un poco más Slow.

 

Y vosotros ¿que opináis? ¿Os apuntáis a esta forma de vida? ¿Creéis que es posible hoy en día?.

 

 

 

 

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